Normal
Ambrosio
Ambrosio era un tipo normal…
Por lo menos él se consideraba un tío normal: Se levantaba prontito para acudir a un currito «malpagao» en largas jornadas de lunes a sábado. Se apretaba su cocidito madrileño el día que tocaba en el menú del mesón del polígono industrial en el que trabajaba. «Cubateaba» regularmente con sus sucios y despreciables amigotes. De vez en cuando se «cascaba» su partidita de mus con los compañeros del curro y los sábados en los que la suerte le acompañaba, deleitaba a su «churri» con tres minutos y medio de su mejor «misionero».
Bueno, normal, normal no era él capaz de afirmarlo empíricamente; pero consideraba que hacía cosas normales, tomaba decisiones normales, veía una televisión normal, oía una radio normal, leía un periódico normal… Hacía, al fin, lo que toda la gente que él consideraba normal, hacía. En cualquier caso, no quedaba plenamente satisfecho al plantearse dicha cuestión; además, en cierta medida, sus estándares de normalidad se desmoronaban cuando se veía de soslayo, a cuerpo entero y en «pelota picá», pasando por delante de los espejos de su baño…
– Cari, ¿Soy normal…? Le preguntaba Ambrosio frecuentemente a su «churri».
– Pues claro… Contestaba ella. – Por cierto, ¿Echamos «el segundo»…?
– ¿Pero tú que te crees que yo soy supermán…? Finalizaba él.
No en vano, probablemente Ambrosio ya se habría tirado el pedido de rigor con el que daba por concluido cualquier satisfactorio (para él…) evento sexual.
«Quicir», Ambrosio, así en términos generales, era un tipo normal…
Sus reflexiones
Pero Ambrosio, a menudo, no podía evitar el reflexionar acerca de lo normal que era y se percataba que no todo era tan claro como su «enemiga» y entorno le querían hacer ver. Llegaba a la conclusión de que la normalidad era un concepto tan relativo que las cuestiones que él deducía como normales, podrían no serlo tanto…
Al fin y al cabo, advirtió que en según qué sitios, era normal comerse los ojos en salmuera de ciertos animales, así como lo era lapidar a mujeres por adúlteras. Era normal llevar a cabo la ablación en niñas, tal como lo era practicarse heridas, cortes y laceraciones como humilde entrega a un dios. Era normal colgar a hombres muertos de grúas como escarnio público, de la misma manera que era normal pasar hambre en muchos rincones de este plano…
Observó que «lo normal» era únicamente normal según la educación, el lugar, la circunstancia, el entorno, la propaganda, la ideología, la religión, la economía, el grupo étnico o «yo qué coño sé…»; como él gustaba de gritar al viento cuando las opciones rozaban el infinito.
Concluía al fin que, dentro de su paradigma de normalidad, podía, pero no debía, ir a ciertos sitios y vociferar, siempre en base al criterio que su normalidad le impusiese:
¡Pero qué coño hacéis! ¡Esto no es normal! ¿Estáis locos…?
Sabía que, si así lo hiciera, él sería tachado de «no normal». Es decir, él sería el anormal… O, degenerando en el término, como a él le gustaba escuchar de los que asumía que eran normales a los que no, subnormal…
Su investigación
Ambrosio, tras esas reflexiones, se percató de su poco entendimiento al respecto y quiso investigar sobre ello. Como primer paso, decidió consultar el significado de la palabra en discordia en su siempre dispuesta «Espasa-Calpe».
«En así haciéndolo», encontró ciertas acepciones sobre el estado natural de las cosas y aspectos lineo-rectales que no encajaban con lo que buscaba; pero aquellas que seleccionó, le parecieron bastante precisas, puesto que dejaban atrás variables geográficas u otro tipo de zarandajas que él, erróneamente, se hubo planteado inicialmente.
Normal:
- Habitual u ordinario.
- Que sirve de norma o regla.
«Habitual u ordinario y que sirve de norma o regla…», se repetía Ambrosio constantemente.
Y es que, Ambrosio, lo único que deseaba era entender y comprender como adquirir los conocimientos que, empíricamente, pudiesen dar respuesta a esa quemazón, propia del deseo no logrado, que le comía «toróntonton toronto torón toentero, torón; toronto torón toentero, torón; toronto torón tontón…».
Su cuestionamiento
De esa manera, no dejaba de cuestionarse:
¿Era normal que unos tipos, pertenecientes al ámbito privado, creasen el dinero a partir de la nada y se lo proporcionase a los gobiernos en forma de deuda para que finalmente tuviese que pagarlo él y su descendencia?
¿Podría considerarse normal que se arrasase con los mares, los bosques, las selvas, los ríos o cualquier otro recurso vital para el ser humano, en base únicamente a un beneficio económico y le convenciesen de su culpabilidad por provocar un cambio climático?
¿Normal era que las fuentes de agua (bien universal por excelencia), tal cual lo son los acuíferos, embalses y pantanos, fuesen propiedad de grandes corporaciones y los seres dependientes de ellas se viesen avocados a la sed?
¿Se podría atribuir como normal que un niño tuviese la potestad de decisión sobre la amputación irreversible de alguno de sus miembros en base a una supuesta libertad sexual y él tuviese que asumir el pago económico de tal aberración?
¿Era lógico plantearse como normal que le metiesen en una lejana guerra y además del encarecimiento de la vida y la carestía de productos generados por la misma (deliberadamente…), le posicionasen en uno de los bandos y gastasen su dinero en armas a través de un llamado «fondo para la paz»?
¿Podría calificarse como normal que unas podridas y corruptas instituciones a cuyos miembros nunca votó (ONU, OMS, FMI, OTAN, CE, etc.), decidiesen y agendasen su presente y su futuro?
¿Era normal que todo lo anterior fuese inculcado mediante los medios a través de los que se informaba; que poco a poco, gota a gota y noticia a noticia, le iban normalizado situaciones anormales para mañana colarle como normal lo que, evidentemente, era anormal?
Su fundido en negro
De «aquesta» manera y en un «sinparar», esas cuestiones e incontables más se cernían sobre la mente de Ambrosio de forma caótica y alocada. Las preguntas atormentaban su cabeza. Giraban en la misma y no conseguía dilucidar qué era lo habitual u ordinario; en definitiva, cuál era la norma o regla fijada de antemano en base a la que se llevaban a cabo todas esas locuras. Se hacía evidente que no conseguía discernir qué o quién era normal, anormal o subnormal…
«Normal, anormal, subnormal…», vociferaba en silencio y repetidas veces la mente de Ambrosio en un mecánico bucle infinito…
En ese momento, todo se desvaneció. Ambrosio se sumió en el vacío, en la nada, en el negro absoluto. En el «deep black», como diría aquél ridículo «actornauta» describiendo la negrura del espacio…
Sus alternativas y conclusiones
Abrió los ojos. Su visión era borrosa y observó extrañado su habitación, pues se encontraba girada a unos 90 grados. Se sintió en paz, pero a la vez aturdido y descolocado. Pese a todo, comprendía que se hallaba tirado en el suelo.
A trompicones y no sin dificultad, consiguió incorporarse. Sentíase confuso, mas recuperaba en buena medida su lucidez. Miró su peluco y entendió que había pasado muchos minutos inconsciente.
Cuando ya, completamente recuperado, meditaba sobre lo vivido, decidió que debía afrontarlo como una señal; como una epifanía que le empujase a tomar decisiones trascendentales; una especie de reseteo y punto de partida que le permitiese defender lo normal y batallar contra lo anormal.
Se propuso encontrar solución a su desdicha y se planteó, entonces, tres alternativas:
Primera
Salir a las calles y recorrerlas con los brazos en alto, estaca en mano, reclamando a grito «pelao» una normalidad «normal» y «pasando a cuchillo» a todo aquél que hubiera sido partícipe de este anormal y podrido sistema.
Segunda
Quedarse en casa disfrutando del «mátame de luxe», «la isla de las babosas», «mastermierda», un partidito de fútbol o cualquier otra sabrosa porquería puesta a disposición de su regocijo y entretenimiento. Asumiendo una deuda perpetua por él jamás contraída, en cuyo pago estarían incluidos sus hijos y nietos. Permitiendo que aquellos a los que jamás votó, decidiesen sobre cada uno de los aspectos de su vida y de la del resto de la humanidad. Entendiendo como suya la responsabilidad del apocalipsis climático y el robo de sus «jurdeles», bienes y libertades en base a ello. No mirando el cielo, o «en haciéndolo», asumiendo que lo visto no fuesen más que hermosas estelas de condensación. Tolerando el envenenamiento de nuestros alimentos en base a letales pesticidas que provocasen el exterminio de los insectos y con ello, de toda la biodiversidad. Comprendiendo que el más que escandaloso aumento de muertes de seres humanos en todas y cada una de las partes del plano fuera debido a todo, menos a la única variable química introducida en la ecuación capaz de afectar el resultado de la misma. Entendiendo como beneficiosa la dispersión de ondas electromagnéticas a unos niveles de frecuencia cuya acción sobre los seres vivos fuese absolutamente dañina. Aceptando la censura, normalizándola y negando a todo aquél que mostrase su disconformidad con lo oficial y establecido como normal.
Tercera
Relajarse, olvidando todo lo anterior y tocarse al compás de las imágenes de cualquier mierda online medianamente pornográfica. Al fin y al cabo, y que quede entre nosotros, Ambrosio llevaba mes y pico sin «menear el pajarillo» (o como se conoce en los ambientes, sin hacerse un buen pajote) y es que parece ser que la «jefa», hace meses ya de esto, le había dicho que ella no era supergirl y que no tenía el coño «pa» ruidos…
Normal
Entre las opciones que se propuso y tras una sincera y profunda reflexión, he de decir que Ambrosio se decantó primero por la segunda y segundo por la tercera. Aunque tampoco puedo asegurar a ciencia cierta que no tirase primero de tercera y segundo de segunda.
Tras la correspondiente y abundante expulsión de fluidos, tomó unos instantes de reflexión acerca de la decisión tomada y comprendió que, en realidad, seguía sin saber nada. Se encontraba casi como al principio y necesitaba conocer más sobre todo lo meditado. «Quicir», debía seguir informándose acerca de lo que acaeciese en el mundo para así poder tomar las más acertadas decisiones.
– ¡Pero qué carajo se han creído estos…! ¡A mí no me van a engañar…!, gritaba a menudo Ambrosio.
Puedo dar fe de que el bueno de Ambrosio volvió a ver su tele, continuó oyendo su radio y siguió leyendo su periódico. Aun con todo, su investigación fue muy productiva, ya que le permitió decidir a qué político iba a votar. Este, de seguro que le aclararía todas esas «conspiranoicas» cuestiones que Ambrosio se planteaba y acaso le propondría una nueva «normalidad» mucho más normal que la anterior «normalidad».
– ¡Todo resuelto!, se dijo para sí. Pedito (también se los tiraba sin follar), media vuelta y a dormir…
Normal. No en vano y como he dicho al principio, Ambrosio era un tipo normal.
Fdo. Charli
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