Estamos en guerra
La guerra
Cuando oímos o pensamos en la palabra «guerra», solemos evocar distintos tipos de escenarios: Militares marchando con paso marcial, unidades antiaéreas escupiendo fuego, edificios semiderruidos, ingentes filas de refugiados harapientos que huyen, valientes soldados que avanzan hacia las filas enemigas…
En un ejercicio imaginativo, si pudiésemos «pasear» por una zona de guerra, sin ser partícipes en ella, probablemente ocurriría lo siguiente:
Veríamos cuerpos amorfos y mutilados en posturas aberrantes, vísceras esparcidas de forma aleatoria, extremidades amputadas, seres humanos sufriendo…
Oiríamos gritos y alaridos de terror, llantos de dolor o de pérdida…
Oleríamos el hedor de vísceras, putrefacción y muerte.
Tocaríamos seres humanos sin cara, sin brazos, sin piernas o con las tripas en las manos…
Sentiríamos miedo, asco, repulsión, compasión…
Si viviésemos eso y simplemente como «visitantes», fácil es que pasásemos una muy buena temporada sin dormir bien. Todos nuestros sentidos se verían «tocados» en lo más profundo de ellos mismos. En mi caso, seguramente tardaría mucho en quitarme de encima el hedor a muerte…
Ahora imagínate ser partícipe…
Dos guerras en una
Cualquier guerra que se precie, ha tenido, tiene y tendrá dos facetas muy bien diferenciadas (hay más por supuesto, pero se trata de una clasificación muy básica y personal):
- La guerra, digámoslo, física: Es decir, la acción militar propiamente dicha, los tiros, las explosiones, los «pepinos».
- La guerra mental: En la que se engloban todas esas acciones en segundo plano, en las que, sin ejercer violencia, se persigue el mismo objetivo que en la guerra física, pero de forma oculta y subversiva.
Pero, esto no es nuevo…
Los «pensadores» de las guerras lo llevan haciendo desde siempre. Desde la época en la que las guerras consistían en la defensa o invasión de un territorio, pasando por las «dos grandes» (ideadas para cambiar el paradigma imperante) y acabando en las actuales (basadas en la apropiación de recursos, fundamentalmente…).
Pues bien, los anteriormente citados «ideadores» de las guerras y dado que «la experiencia hace al maestro», se percataron que era mucho más eficaz, limpia y perdurable, la segunda opción: la guerra mental.
Y en eso estamos…
Guerra mental
Cuando lees u oyes la palabra «guerra», al igual que yo, en principio piensas en lo que citaba en primera instancia y solamente después y si, realmente te pones a reflexionar acerca de ello, encuentras lo que verdaderamente significa. Tendemos a rellenar esos huecos de inexperiencia con lo visto en el cine, en las series o en los telediarios.
Confiamos en entes que consideramos conocedores del tema para que nos informen y asesoren. Es lógico… En este caso, buscamos paliar ese desconocimiento a través de los medios de comunicación, ya que estamos seguros de que nos van a proveer de información real y fidedigna…
Y eso no sucede únicamente con la información. En todos los ámbitos de la vida es igual: Acudimos al médico pensando que nos atenderá un ser humano que pretende curarnos con todos los medios a su alcance. Confiamos en la ciencia, entendiendo que nos va a describir, de forma empírica, el mundo en el que vivimos. Apostamos por la opinión de los expertos pensando que saben más que nosotros…
Principio de autoridad
Delegamos nuestra realidad a gentes, entidades u organizaciones que suponemos que disponen de mayores conocimientos que nosotros, lo que se conoce como principio de autoridad. Esto, en un mundo ideal, sería cojonudo; el problema surge cuando ese, en un comienzo positivo principio de autoridad, se torna en una herramienta por una parte y, en una absoluta y bochornosa falta de cuestionamiento por la otra.
Desgraciadamente, es eso lo que sucede hoy en día.
Hemos asimilado el principio de autoridad de una manera tan asquerosa, que no necesitamos ningún tipo de comprobación de nada. Sólo hace falta algún «tontoelnabo» televisivo, radiofónico o «prensil» (de prensa escrita) diciéndote: «los expertos aseguran…», «la ciencia confirma…», «los médicos aseveran…», etc, etc, etc…
La siguiente viñeta suele ser el imbécil de turno que ha escuchado eso, vomitándolo ante unas «cerves» y sus coleguitas, asegurando que se trata de una verdad única e incontrovertible. Sin ninguna prueba, sin ninguna comprobación y lo peor de todo, sin un ápice de reflexión crítica.
Una guerra. Dos bandos
Está claro que el principio de autoridad no es más que una herramienta. Un utillaje más que, usado con maestría y en combinación con otros, consiguen crear en tu mente una realidad inexistente o al menos, interesada. Es sólo un instrumento más de esta guerra, como lo puede ser una bala o una ametralladora.
Desde luego, en una guerra y concretamente en esta, es premisa fundamental que haya dos bandos (como mínimo) y claro que los hay:
Un bando…
Un bando que te hace tener miedo a enemigos externos que quieren acabar contigo: «Viruses» varios, cambios climáticos, meteoritos asesinos, extraterrestres malignos, hordas de hombres matando mujeres por las calles…
El que controla tu pan con la puta moneda fiduciaria, que es creada de la nada, por instituciones privadas y que «vende» a los gobiernos en forma de deuda…
Aquél que te envenena con los alimentos, con el aire, con el agua, los plásticos, los cosméticos, con frecuencias electromagnéticas perniciosas…
Un bando que esquilma los mares, los bosques, los ríos, los pantanos y toda la puta naturaleza, en base a principios de productividad y beneficio económico…
…El bando
Ese que promueve, alecciona, promulga y te convence de las bondades del «comprar y tirar»…
Un bando que te divide con partidos políticos, ideologías, identidades, sexos, razas, religiones y todo lo que se te ocurra…
El mismo que oculta, silencia y censura a todo aquel que pueda tener una opinión disonante con la oficialidad…
Aquél que te convence de que somos demasiados y que debemos acabar con los menos productivos (temblad abuelos) …
Un bando que te hace creer que eres una miserable mota de polvo, en un planeta más de entre millones de cuatrillones, en un universo en expansión (nacido de la nada) y, además, sin propósito alguno…
Está ese puto bando y por supuesto, el otro: Aquél que se deja convencer por una caterva de cabrones de que la culpa de todos los males es suya. «Quicir», nosotros…
Conclusión
Esta no es una guerra física. No hay sangre, vísceras o pestilencias.
Estamos inmersos en una guerra mental (espiritual también, por supuesto).
Existen dos bandos bien diferenciados: Una patulea de «hijosdelagranputa» (que son una mínima parte de la población) y por supuesto, el otro bando (la puta inmensa mayoría de la humanidad).
Somos partícipes. Yo (como en el ejercicio imaginativo propuesto al inicio del escrito), lo que peor llevo es el pestilente hedor que desprende todo.
En una zona de paz, claro queda que estamos en guerra. En una guerra mental, concretamente. Ahora, la pregunta que te hago es bien sencilla:
¿De qué bando estás?…
Fdo. Charli
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Una muy pequeña entidad con un sencillo y humilde sueño: Quitarnos de enmedio a esta puta caterva de «hijosdelagran» que deciden en todos los ámbitos de nuestra vida. Casi «ná»…
Agradecimientos especiales a los artistas y la plataforma que han permitido ilustrar esta página:
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